“Nunca más lo vi. Incluso pensé, por la forma en que yo lo había visto, que este hombre había sido muerto”, sostuvo el único testigo de la segunda jornada del décimo juicio por delitos de lesa humanidad que se realiza en la provincia.
Todo el testimonio, dado vía videoconferencia desde La Plata, fue seguido atentamente por la hija de Uro, Lucrecia Guanca, quien lloró silenciosamente prácticamente durante toda la audiencia.
También Pinto lloró recordando a su antiguo compañero de trabajo social y militancia en el barrio Finca Independencia. Contó que en 1975, supone que quizás a principios de ese año, fue detenido en su casa por un grupo de policías, junto a su hermanito Ricardo, que todavía no había cumplido 14 años.
Al ser subido a una camioneta con cúpula chocó con el cuerpo de Uro, tendido en el piso. Cuando los bajaron en la Central de Policía, a la que ingresaron por la puerta de atrás, de manera “clandestina”, sin registrar su detención, lo volvió a ver. “Estaba totalmente deformada la persona que bajaron y yo no lo reconocí”, explicó.
En un descuido de los guardias, “me pide perdón y me dice soy Uro”. La frase fue en realidad: “Disculpame, soy Uro”. Pinto contó que la entendió recién en la segunda vez que fue interrogado: en la sala estaba una máquina de escribir y un mimeógrafo que él, entonces de 17 años, le había prestado a la Cooperativa de Trabajo que presidía Uro en el barrio. “Ahí me di cuenta porqué me pedía disculpas Marcial”, indicó.
Pinto, que inició su testimonio jurando decir verdad “por la patria y por Evita”, recordó que sólo vio a Uro cuando los bajaron, porque inmediatamente lo llevaron a otra dependencia, mientras que él y su hermano quedaron en el patio, parados frente a la pared.
Recordó que en algún momento de esa tortura, su hermano flaqueó y apoyó una mano en la pared, el guarda le pegó un talerazo, Pinto reaccionó en su defensa y recibió una paliza.
Luego ambos fueron llevados al área de la Infantería, donde fueron esposados a los elásticos de dos camas.
Unos cinco días estuvieron detenidos, hasta que su padre hizo valer el hecho de ser policía (era peluquero en Bomberos). Entonces lo llevaron ante el jefe de la Policía, Miguel Raúl Gentil y el jefe de Seguridad, Joaquín Guil: y “el jefe le dice a mi padre: ‘Mirá, esta vez lo entregamos, la otra vez no lo vengas a buscar”.
Ambos jefes están siendo juzgados por el secuestro y las torturas a Uro, que tras dos semanas de detención recuperó la libertad, aunque luego fue perseguido y sufrió las consecuencias de la tortura toda su vida. En 2010 denunció este hecho.
"Un peronista de ley"
“Por su accionar demostraba ser un peronista de ley”, una persona que ponía “vehemencia y pasión en los trámites. Así describió Héctor Pinto a Marcial Uro, a quien conoció en su adolescencia, en Finca Independencia, un lugar que bullía de actividad política durante el gobierno popular de Miguel Ragone, en 1973 y 1974.
Uro era uno de los dirigentes barriales. “Él era una persona muy preocupada por el barrio. Inclusive había sido presidente del barrio. (Era) un hombre con mucha iniciativa y muy solidario”, sostuvo el testigo, quien tuvo que pedir disculpas por sus lágrimas.
Tras las detenciones de ambos, en 1975, no volvieron a verse, porque el padre de Pinto decidió dejar Finca Independencia. Pero Pinto sigue recordándolo como un hombre bondadoso y diligente.
