Gregorio A. Caro Figueroa
Columnista invitado

MIRADOR DEL DÍA

Los candidatos del gobierno atrasan el reloj 120 años

“A la sombra de nuestra indiferencia, una familia se ha adueñado del poder y ha ocupado todas las posiciones de alguna importancia. No hay un partido que nos gobierne, no hay siquiera un hombre. ​Son los intereses de la familia o las conveniencias particulares de cada uno de sus miembros los que inspiran las resoluciones gubernamentales o imprimen rumbos a su política.

Por Gregorio A. Caro Figueroa para NDS |

La Legislatura actual, Robustiano Patrón Costas y José Felix Uriburo.
La Legislatura actual, Robustiano Patrón Costas y José Felix Uriburo.

La provincia se ha convertido en un feudo… Se ha erigido la falsía y la deslealtad en sistema político, se ha perdido todo principio de sana moral política, y se llega a declarar por el órgano oficial que los empleados públicos están obligados a sostener el gobierno porque deben estar con el amo que les da de comer”.

Quien lea esta frase pensará que fue dicha hace unos días por uno de los pocos candidatos no oficialistas, a los que el gobierno de Salta no considera críticos ni opositores sino resentidos y destructivos “enemigos”. Los que imaginen que esa afirmación se dijo esta semana, dentro de la campaña electoral de las PASO, se equivocan. Se equivocan de año, también de autor.

Esta cruda descripción de la situación política de Salta no es reciente, tiene 111 años: fue escrita en 1906, cuando no respetaba la división de los poderes, la Legislatura “era un simulacro”, el oficialismo usaba aparato del gobierno y promovía el fraude electoral escandaloso. Esas palabras fueron no escritas por un dirigente ni radical ni socialista: su autor fue el doctor Robustiano Patrón Costas, cuando tenía 27 años.

Una Legislatura sumisa al gobernador

A comienzos del siglo XX, la Legislatura de Salta era una dependencia subordinada al Poder Ejecutivo. “Las Cámaras de Senadores y Diputados están formadas en casi su totalidad por parientes del gobernador y por empleados públicos a sueldo de la Nación y de la Provincia, no contándose con ellas con excepción de dos o tres independientes, ninguno que no milite en el partido oficial”, informó en 1918, al ministro del Interior el comisionado nacional Avelino P. Ferreyra. 

Casi siempre la sola mención del nombre de Patrón Costas remite al más rancio conservadorismo: desde 1916 a 1943 tuvo tres mandatos, en total 22 años, como senador nacional. Esa semblanza olvida que Patrón Costas fue uno de los fundadores del Partido Demócrata Progresista con Lisando de la Torre y gobernador de Salta una vez, con un mandato de tres años. 

Un siglo después, el populismo sigue agitando los vicios de época donde imperaba el fraude, la arbitrariedad, los privilegios, la concentración del poder en manos de una oligarquía que implantó gobiernos de familia, y manejó la provincia como prolongación de sus intereses económicos privados. El populismo de los siglos XX y XXI se empeña en ver la paja en ese ojo ajeno, para no verla el propio. Se resiste hacerlo porque, desde 1983, Salta está gobernada por nueva “oligarquía guaranga” que usa la máscara de la justicia social y del cambio.   

El joven Patrón Costas regresó a Salta en 1901 graduado de abogado en la Universidad de Buenos Aires. Aquel año el gobernador de Salta era Pío Uriburu, uno de los miembros de esa “familia afortunada”, al decir de Bernardo Frías. Como era rutina en esos años, Uriburu dejó el sillón de gobernador y pasó a sentarse en una banca en el Senado de la Nación, considerado un “asilo de ex gobernadores” del régimen conservador.  Uriburu fue reemplazado en la gobernación por Ángel Zerda, de cuyo gobierno Patrón Costas fue ministro de Hacienda cuando tenía 23 años.

Las trenzas del viejo conservadorismo cerraban el ascenso político de Patrón Costas que denunció el fraude electoral sobre el que llegó a la gobernación Luis Linares, candidato del clan Ovejero Zerda, uno de cuyos miembros era vicegobernador de Salta. Ese era el grupo que, según denunció Patrón Costas, ponía “los intereses de familia” y las “conveniencias particulares de cada uno de sus miembros”, por encima del interés público.

Trama familiar, económica  y política

A principios del siglo XX, Salta “era profundamente conservadora en lo político y en lo social. Los cargos de jerarquía estaban ocupados por las familias Uriburu, Cornejo, Zerda, Solá, Ovejero, Figueroa y Ortiz, entre otras pocas más. Estas familias tradicionales y generalmente ricas estaban unidas entre sí por lazo económicos”, señala el historiador norteamericano Ernest Sweeny. A las denuncias de Patrón Costas, Linares contestó que esta situación se explicaba por la situación  mediterránea de Salta, por la lentitud de los medios de transporte y de comunicación y por el aislamiento relativo”.

Las trenzas familiares, según Linares, se explicaban por la “existencia de unas pocas familias pudientes, de arraigo y de tradición, cuyos hijos vienen a educarse en las aulas universitarias y ocupan allí altas posiciones en el comercio y en la industria”. Muy distinta era la opinión de la oposición que, en noviembre de 1906 denunció el dominio del nepotismo en Salta.

“Tribuna Popular” desafío al oficialismo para que diga si era verdad que Ángel Zerda –gobernador interino- y David Ovejero –gobernador renunciante- y Félix Usandivaras –primero en la línea de sucesión del gobernador- , eran “forman la sociedad comercial Ovejero, Zerda y Compañía”, y si éstos eran parientes de Luis Linares, candidato a gobernador.

Ese diario pidió que se diga si el ex gobernador Ovejero, “como es cierto que renunció su alto con un año de anticipación a la terminación de su periodo, lo que facilitaba así la elección de su pariente Luis Linares, quien desde su posición oficial de ministro de Gobierno había armado la máquina electoral, nombrando escrutadores de su confianza”. Añadía: “Diga el ex gobernador Ovejero que su renuncia tiene también por objeto atrapar la senaduría nacional, dando el más soberano mentís a sus pomposas protestas públicas de desinterés político y personal”.

“Tribuna Popular” reclamó a los diputados y senadores provinciales que dijeran si era verdad o no que gracias a las recomendaciones oficiales, “hechas por el ex ministro de Gobierno y actual candidato a gobernador”, debían el haber sido electos. También los jueces e integrantes de la administración de justicia debían desmentir la denuncias que los señalaba haciendo política activa a favor del oficialismo.

La misma aclaración debían hacer el Jefe de Policía, que invitaba a reuniones de apoyo a Luis Linares; los comisarios de campaña que convocaban encuentros con el mismo fin, aumentaban sueldos a los policías que debían vigilar las elecciones, sin sujetarse a la ley de presupuesto.

El aparato de gobierno en pleno actuaba de forma no disimulada para favorecer la candidatura de Linares: coroneles departamentales, funcionarios y también empleados públicos. Linares eligió a las personas que debían controlar las urnas. En Salta no había ley electoral ni padrones: las elecciones quedaban en manos de la prepotencia y la arbitrariedad del oficialismo. En sólo dos mesas de la ciudad de Salta votaron entre 5.000 y 6.000 personas, cuando las normas nacionales establecían que debían votar como máximo 250 ciudadanos por mesa.

Una Constitución a gusto y paladar

En el mismo momento que Luis Linares proclamó su desinterés personal, asegurando que se respetaban las reglas de juego, se reformó la Constitución, en una sesión de tres horas, “a libro cerrado sin ningún tipo de discusiones”. Fueron reformados 17 artículos. En Salta habían sido avasalladas las instituciones republicanas. Salta retrocedía al periodo anterior a la Constitución 1853.

Esa destrucción de las instituciones alcanzó al Poder Judicial. Bernardo Frías escribió: “A tal extremo llegaba la corrupción de las costumbres públicas, que el mismo Superior Tribunal de Justicia aparecía formando a la cabeza del partido político que sostenía al gobierno”. Estos fueron los frutos de aquellos gobiernos de familia cuyos vicios, lamentablemente, siguen vigentes.

En Salta, la palabra oligarquía está en desuso: ya no resuena, como ocurría antes, como latigazo, como una clarinada y como una arenga panfletaria. En nuestro lenguaje político de barricada “oligarquía” no se usó como término descriptivo ni como concepto, sino como hacha de guerra a descargar sobre el adversario. No se utilizó como un término de la ciencia política sino como una palabra ambigua. Más que una afrenta terminó dando brillo y prestigio a quienes eran acusados de serlo. Aunque no significan lo mismo, el término oligarquía fue reemplazado por “elite”.

Las oligarquías populistas

En nuestro medio, “oligarquía” como gobierno de unos pocos fue equiparado a gobiernos de un puñado de familias o de una apretada red de parientes. Robert Michels (1911), definió una “ley de hierro”: toda organización se vuelve oligárquica. Los líderes que comienzan presentándose como populares y revolucionarios, pronto se alejan y archivan esos principios y se vuelven conservadores.

Las organizaciones políticas dejan de ser un medio para alcanzar determinados objetivos socioeconómicos privados y se transforman en un fin en sí mismas. En nuestro caso, las oligarquías familiares fueron las que bloquearon la posibilidad de abrir o flexibilizar ese cerrado sistema regido por la endogamia, también política, de un puñado de familias tradicionales.

Michels señaló que, cuando esa tendencia oligárquica se acentúa y alcanza mayor desarrollo, “los líderes comienzan a identificar con su persona, no sólo las instituciones partidarias, sino también la propiedad del partido”. Esto es común  tanto en el partido como en el Estado. A esto se añade  que “el deseo de mantener el cargo incluye el de perpetuarse en él a través de sus descendientes”, problema, que los gobernantes tenían solucionado con la monarquía y las aristocracias, y que en democracia dio lugar una institución particular: el nepotismo. “Con ella la oligarquía consigue que los parientes accedan a los beneficios del poder e, incluso, transmitirlo a sus herederos”.

Contra lo que se suele creer, esa tendencia a formar oligarquías apoyadas en redes de parentesco, no es exclusiva de los sectores conservadores ni de las estructuras como las que dominaban la política en Salta durante los siglos XIX y gran parte del XX. Cuando, a comienzos del siglo XX, enunció la “Ley de hierro de la oligarquía”, Michels era miembro del partido socialista alemán, en el que descubrió que, en el partido socialista y los partidos comunistas, también se desarrollaban oligarquías con rasgos parecidos a la de los partidos conservadores.

Aunque los políticos populistas se nieguen a reconocerlo hoy, al cabo de 70 años, el peronismo que nació convocando a romper tranqueras y cortar alambrados; que vino a reparar las injusticias sociales, a renovar ideas y dirigencias, y a remover los vicios del sistema político conservador, y adecentar las prácticas políticas, terminó su viaje regresando en la misma nave, al mismo puerto, con el mismo equipaje y ambiciones, y con los mismos actores que entonces prometió cambiar y superar.

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