Desde aquel cargamento del 2009, es decir hace siete años, recién se advirtió la necesidad de mirar hacia arriba ya que hasta ese momento los controles y el grueso de los recursos se apuntaban a un tráfico terrestre. Sin embargo los traficantes, ya en ese año descubrieron que por aire, se usaban menos recursos humanos y se trasladaba más cantidad de estupefacientes.
Ese día un agente de policía de bajo rango, dejó al descubierto el accionar de un ex comandante de Gendarmería, cuando recogió la blanca lluvia y la trasladaba.
Ese policía no necesitó mucha tecnología, sólo honestidad y con su leve señal de celular dio aviso de lo ocurrido.
En ese contexto todavía se discute una ley, ya que existe un decreto de enero pasado del presidente Macri, en el que se pone en marcha un protocolo especial para el caso de la irrupción de un vuelo no autorizado en el espacio aéreo.
Sin embargo todavía no existe una ley sobre la defensa puntual, considerando que es realidad en Bolivia, Perú, Brasil y Venezuela, donde sólo en una oportunidad uno de esos países reportó el derribo real de una aeronave.
En tanto la droga sigue lloviendo en el sur.
En una frontera seca, con casi 700 kilómetros y un radar que funciona en horario comercial y que seguro no tiene en cuenta que las avionetas, compradas a bajo costo en Estados Unidos, tienen herramientas para volar de noche, autonomía de vuelo, para llegar hasta Las Lajitas, J.V. González, etc., arrojar la droga y regresar sanos y salvos, sin que se advierta su tarea.
Todo un entramado que hace que esa lluvia no amaine.