La “Atilio Cornejo” ya no es simplemente una biblioteca donde los investigadores y curiosos pueden consultar los numerosos libros que, junto con su casa, don Atilio legó a la provincia.
Como en su momento el Instituto San Felipe y Santiago o como el Instituto Güemesiano, se ha convertido en un espacio cargado de símbolos donde su director ostenta desde su poltrona, su capital simbólico, más importante ahora que cualquier capital material.
No es pura casualidad que la asunción simbólica de Cornejo (Abel) al puesto de sucesor de Cornejo (Atilio), se concretara justo en los días en que el ingenio San Isidro, que fuera fundado por un Cornejo y dirigido por Cornejos hasta no hace tantos años, se tambaleara al borde de la quiebra.
No habrá ingenio, pero quedan los símbolos.
Se ve entonces a las claras porqué el ministro de la Corte de Justicia tenía tanto interés en dirigir la biblioteca, lo que muestra también de que pese a sus graves obligaciones judiciales al hombre le sobra el tiempo para hacerse con un puesto donde ostentar su prestigio.
De todos modos sería un error dudar de la vocación historiográfica de Cornejo (Abel). El magistrado cumplió ya con uno de los requisitos indispensables para ser colocado en el panteón de los historiadores salteños: escribió un libro sobre el general Güemes y así se puso a la altura de Benardo Frías y de su discípulo Cornejo (Atilio).
Por eso había sido también previsible que el Ejecutivo lo nombrara en 2016 académico del Instituto Güemesiano, otra de las distinciones con que Urtubey rodeó de honores al magistrado de su predilección.
Se puede esperar también que el juez Cornejo (Abel) tenga los mismos objetivos de Frías y Cornejo (Atilio). La historia, han dicho los dos últimos palabras más, palabras menos, la escriben los vencedores, los que conquistaron y ocuparon estas tierras. No es un relato para aquellos que nada tienen que conservar.
Poniéndolo en palabras de Frías, la historia la escribe la gente decente, aquella que, por única vez, vilipendió en los años 60, Gregorio Caro Figueroa en su libro “Historia de la Gente Decente”.
Pero la designación de Cornejo (Abel) es más que el enaltecimiento simbólico de los decentes de Salta, y que un acto más de oficialización del más rancio conservadurismo salteño, tan del gusto de Urtubey. Es también un mazazo al principio republicano de división de poderes, perpetrado nada más que por un gobernador que se precia de constitucionalista y de un ministro de la Corte que alardea de resguardarla.
Tal vez sea la primera vez en la historia de Salta que un juez de la Corte es simultáneamente funcionario del Poder Ejecutivo. Aunque no cobre un sueldo, Cornejo (Abel) figura ya en los organigramas del ministerio de Cultura y Turismo de la Provincia. Es integrante del Poder Ejecutivo.
En su calidad de juez de la Corte, en teoría, Cornejo (Abel) debe fallar con independencia total del Ejecutivo. Pero en su calidad de director de la “Atilio Cornejo” depende jerárquicamente de quien le rodeó de tantos honores, el conservador Urtubey.
Puras pamplinas, pensarán ambos, frente a la historia de Salta. Frente a la historia, claro, de la gente decente.