Gregorio A. Caro Figueroa
Columnista invitado

MIRADOR DEL DÍA

La política en Salta o como jugar tenis con reglamento de rugby

El espectáculo de lealtades e infidelidades, de tejido y destejido de listas para las elecciones Primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (PASO) agravó un mal que aqueja a la política en Salta desde 1983. Los recientes acontecimientos empujaron a la degradación al foso de lo grotesco.

Por Gregorio A. Caro Figueroa para NDS |

Desde la era Menem-Romero se instauró un juego político sin leyes y hoy Salta es una versión criolla de un Principado absolutista.
Desde la era Menem-Romero se instauró un juego político sin leyes y hoy Salta es una versión criolla de un Principado absolutista.

La competencia política, además de tener semejanzas con un circo romano, se parece a un disparatado intento de jugar al tenis con reglamento, pelota y campo para partidos de rugby. En marzo de 1999, hace 18 años, en la página de opinión del diario “La Nación” se publicó un artículo con mi firma. 

Ese texto, que titulé “El campo de cróquet de la reina", critiqué la pretensión del presidente Carlos Menem de violar la Constitución Nacional abriendo un atajo que lo habilitara para postularse a un tercer mandato.

Lo que Menem no pudo lograr entonces lo consiguió en Salta, cuatro años después, Juan Carlos Romero, compañero de Menem en la fórmula presidencial en las elecciones de abril de 2003. La fórmula Menem-Romero no compitió en la segunda vuelta dejando el campo orégano a Kirchner.

La de Romero fue una retirada parcial. Contra lo que juró y rejuró, regresó a Salta, puso en marcha un “operativo clamor” para que, dentro y fuera de su partido, se instalara como necesidad la reforma del artículo 140 de la Constitución de Salta. Con un retoque, en apariencia leve y de redacción, ese artículo se transformó en la ganzúa que abrió las puertas al tercer mandato y la entreabrió a la reelección indefinida.

En aquel momento, como ciudadano de a pie y sin pertenencia a partido o grupo político alguno, critiqué con fundamentos aquel atropello que quebró una tradición institucional de rechazo a las reelecciones que permaneció vigente en nuestra provincia durante 180 años.

Acostumbrados como estamos a percibir en toda crítica un trasfondo de resentimiento social o político, algunos dijeron aquellas opiniones, que hice públicas ejerciendo un derecho y un deber de ciudadano, eran producto de oscuros rencores políticos o enojos personales.

Que tal interpretación retorcida era falsa lo prueba este artículo que escribí hace 18 años: 4 años años antes la reforma de 200, otro en la escalada para reforzar la concentración del poder político y económico en Salta. A lo que ahora se añade el nepotismo o el retroceso a los “gobiernos de familia”.

Como el respeto a la Constitución, a las leyes, a los principios republicanos y a las instituciones del Estado y de la sociedad civil se alzan como obstáculos a las ambiciones de quienes pretenden hacer de Salta una versión criolla de un Principado absolutista, en el que lo lo único que creció en 34 años fue el poder y la riqueza de los ricos y poderosos.

Lo que sigue es el texto sin retoques de aquel artículo el que, por la genialidad de Lewis Carroll, luce hoy como una página de literatura de anticipación. 

 


El campo de Croquet de la Reina

(Artículo publicado en La Nación - Marzo de 1999)

“En estos días los argentinos podríamos repasar con buen provecho una de las historias que Lewis Carroll imagina en Alicia en el País de las Maravillas . Para resumir ese texto de Carroll me serviré de la síntesis aportada por Graciela Scheines en Juegos inocentes, juegos terribles , su reciente libro inspirado en el supuesto de que jugar es fundar un orden.

Una reina despótica ordena a sus súbditos iniciar el juego. Atemorizados y ansiosos por obedecer, los jugadores comienzan a correr en todas las direcciones, y chocan unos con otros al ocupar sus lugares. Alicia advierte que aquel campo de cróquet y todo lo que hay en él es extraño: terreno atravesado por zanjas, erizos vivos que hacen de pelota, flamencos usados como palos y soldados que doblan sus cuerpos para formar los arcos y cambiaban de lugar a cada rato.

Juego sin leyes

No era fácil jugar en esas condiciones. Para añadir confusión, todos jugaban al mismo tiempo, nadie esperaba su turno ni respetaba las reglas. En desafinado y crispado coro, todos discutían contra todos y disputaban por los erizos. Indignada por el espectáculo que ella misma había desatado, de vez en cuando, la reina ordenaba a los gritos: "¡Que le corten la cabeza!". Decapitar jugadores era parte de aquel espectáculo macabro.

"Me parece que no juegan limpio. Y discuten tan terriblemente que una no puede oírse a sí misma. Y no parecen tener reglas de juego: al menos, si las hay, nadie les hace caso", comenta Alicia.

Lo que el cuento de Carroll quiere decir es que no se puede realizar el juego si todos los que toman parte de él no observan y respetan un conjunto de reglas claras que lo hacen posible. El capricho de la reina mala suplantaba las reglas.

"La reina déspota ordena iniciar el partido y lo cancela cuando se le antoja. Ninguna ley limita sus poderes. Ni las reglas de juego, que brillan por su ausencia, y si existen, nadie les hace caso", anota Scheines.

Son el terror y no la ley, el miedo y no las reglas de juego, el capricho y no las normas, su interés privado y no el público, sus instrumentos de poder sobre los gobernados. Al no haber reglas, no hay juego. Tampoco hay libertad.

"No hay juego sin reglas y, aún más, sin respeto a ellas. El juego comienza cuando acatamos los límites y las posibilidades de la materia con la que se juega. Esos límites son las reglas del juego", afirma Scheines.

Respetar la Constitución

"Las leyes del juego son completas y contienen todo lo necesario para permitir que se juegue correcta y lícitamente", explica la Unión Argentina de Rugby. Y en fútbol, hacer un gol con la mano, aunque se diga que es la de Dios, no está permitido. Una Constitución es a una sociedad lo que un reglamento deportivo a quienes compiten en un campo de juego. Sin respeto a la Constitución, una sociedad no puede organizarse para el juego, ni estar a salvo de la arbitrariedad de la reina mala.

Si hay un factor que influyó en nuestro atraso económico y político ha sido nuestra arraigada tendencia a la inobservancia y el desprecio de la ley. Somos propensos a no respetar reglas de tránsito, el orden de una cola o el pago de impuestos.

¿Puede Menem y el círculo que lo rodea pretender romper la baraja promoviendo una segunda reelección, taxativamente prohibida en el artículo 90 de la Constitución y en dos de sus disposiciones transitorias? Ese círculo y el escaso 25 por ciento que apoya la derogación de hecho de esas disposiciones constitucionales intentan reflotar la recurrente tendencia de nuestros grupos de poder a la anomia en general y a la ilegalidad en particular.

No seremos un país previsible, confiable y "legible" mientras no aprendamos a respetar la ley. Democracia no es acumular y retener a perpetuidad un poder resistente a sujetarse a reglas de juego, límites y controles. Menem debe respetar la Constitución con mucho más cuidado del que pone, seguramente, en observar los reglamentos que rigen sus sedantes partidas de golf.

Y debe desistir de su pretensión pues, de persistir en ella, corremos el riesgo de que convierta su campo de golf en el caótico campo de cróquet de aquella reina mala.

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