A pesar del frío, a primera hora de la tarde, muchos fieles se reunieron en el atrio de la Catedral Basílica para celebrar la Eucaristía, luego se realizó la procesión del Santísimo Sacramento.
“Instalamos el tema de la grieta y decimos que la aceptamos, pero no podemos aceptarla porque va en contra de nuestro ser, tampoco podemos reaccionar desde la histeria, sino desde nuestra condición de cristianos, apostando a la unidad”, dijo monseñor Mario Antonio Cargnello en su homilía.
“La celebración del Corpus es la mejor respuesta que puede dar la Iglesia en una sociedad dividida como ofrenda de unidad”. añadió.
“Estamos tentados de cortoplacismo, ser cristianos no invita a pensar a largo plazo y a jugarnos por el presente, que es una semilla de eternidad, vivimos intensamente cada momento tratando de superar debilidades y por eso apostamos por la unidad”, sostuvo.
En otro pasaje de su discurso indicó: “Necesitamos superar las tentaciones de autosuficiencia, advertir que no estamos solos y no podemos crecer solos, compitiendo y destruyendo (…) No puede haber una Iglesia dividida compartiendo el mismo pan. La unidad y la comunión no es una cuestión de estrategia política de los primeros gobernantes de la Roma antigua, es mucho más, es una exigencia de nuestro propio ser. Más allá de mis defectos, de mi carácter, y de mis caídas no puedo trabajar por la unidad, esto nos compromete como cristianos y ciudadanos a trabajar en la unidad de la familia, de la patria y del mundo”.
Don de la unidad
“Nos dejamos sorprender y admirar por este inagotable regalo, fuente de todos los dones que es Jesús en medio de nosotros hecho pan y vino. Jesús fue puesto a nuestro servicio para ser nuestra fortaleza. La Iglesia se sumerge en el corazón de Cristo para pedirle el don de la unidad para hacer una verdadera iglesia”, agregó Cargnello.
Sobre Corpus Christi señaló que “la experiencia de la necesidad es fundamental para descubrirnos delante de Dios, no podemos ver su rostro si nos asentamos en la autosuficiencia y es en los sacramentos donde Jesús se da en todo su ser a cada uno de nosotros, la experiencia de la aceptación de los límites, pecados, de nuestra pobreza es lo que nos permite abrirnos a Dios. La celebración de la Eucaristía nos invita a descubrirnos necesitados de Dios y de los hermanos”.