Gregorio A. Caro Figueroa
Columnista invitado

JACOBO REGEN

Sobrevivir a la envoltura efímera de los mortales

La suya no fue una escritura de color local, para exponer en vidrieras de vanidades. No se pesaba por kilos. Tampoco especulaba con premios ni lisonjas. Fue universal, magra, sustancial, tallada en su interior dolorosa y gozosamente.

Por Gregorio A. Caro Figueroa para NDS |

Jacobo devoró y bebió la vida hasta sus últimos días, cuando comió un pedazo de torta en sus 84 años.
Jacobo devoró y bebió la vida hasta sus últimos días, cuando comió un pedazo de torta en sus 84 años.

En su humanidad no había lugar para la soberbia. Fue poeta de inspiración, pero también de cuidadosa lectura. Culto sin pretensión de mármol y celebridad. Austero por modo de vida, y de palabras.

Durante años se ganó la vida en la redacción de diarios como corrector de pruebas, inclinado sobre las palabras de textos ajenos y desaliñados, que él limpiaba y pulía. Durante un año y medio, sin recibir una moneda, Jacobo aceptó corregir poemas a editar en un suplemento cultural a mi cargo.

Hace quince o más años, a las ocho de la mañana de un domingo, Jacobo me llamó por teléfono. "Perdoname, hermanito, pero no voy a corregir más las poesías que me mandes. En la que se publica hoy en la "Agenda Cultural", falta una coma y se comieron una letra S". Su decisión era justa e inapelable.

En su soledad no habitó el misántropo. Tampoco su universalidad lo desarraigó de su Quijano natal, ni de su ciudad, que habitaba, y miraba desde su espacio pegado a la estación y a la vía silenciosa y muerta de sus trenes.

Su sedentarismo y quietud eran aparentes. "Y esta quietud de vida no se parecía en lo más mínimo a la paz", escribió Joseph Conrad. También lo eran su serenidad y sosiego. "Vivir la vida es devorarla", anotó Stirner.

A su modo, a su elección, Jacobo devoró y bebió la vida hasta sus últimos días, cuando comió un pedazo de torta en sus 84 años, recordando a sus padres judíos pobres y esforzados que amarraron en Quijano, pueblo de criollos, yugoslavos y de trenes.

Su gravedad, su rigor, no mutiló su enorme y fino sentido del humor. Su poesía satírica aún espera la mano de un editor. Su hermana dice que alguien le contó que Jacobo, hace años, publicó un pequeño libro de pocos ejemplares con algunos de esos versos.

En sus últimos años intenté una entrevista periodística. Un resfrío, un desvelo, desgano ante las preguntas,dejó en borrador aquel artículo para una revista porteña. Se sorprendió cuando le dije que, después de leer un libro sobre Rilke del filósofo alemán Bollnow, temas y tono de su poesía tenían afinidad con la de Rilke.

Jacobo fue reacio al reportaje y, quizás los motivos de la postergación de esa entrevista, fueran coartadas pare eludir solemnidades impresas para consumo de lectores superficiales apurados.

En sus días finales recordaba su infancia de niño pobre, recitaba poemas propios y ajenos a aquella asistente cerrillana que lo cuidó como a un niño y aprendió a conocerlo como pocos. Quizás, oyendo su perpetuo llanto interior por Margarita, amor de su vida.

Ayer, ella estaba sentada frente a los restos de Jacobo. Parecía seguir escuchando sus palabras. No me animé a preguntarle qué le estaba diciendo Jacobo al entrar en su silencio infinito, rodeado de sus palabras. En y con ellas sobrevivirá a la envoltura efímera de los mortales.

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