El suicidio es un problema que afecta de manera global a las familias, a las comunidades y a los países.
Afecta más a quien es vulnerable, que se agrava en contexto covid-19, personas con depresión, soledad no buscada, mujeres víctimas de violencia de género y menores víctimas de abusos, menores y acoso escolar, mayores y enfermedad, entre otros.
La prevención pasa por tener en cuenta que se trata de un problema social, no solo sanitario, del que tenemos que hablar para ahuyentar el tabú y el estigma que aún nos marcan.
Los factores de riesgo o señales de alarma son:
- Cambios en la alimentación o en el sueño;
- Descuido de la apariencia personal;
- Aislamiento, alejamiento o tendencia a no relacionarme con los otros;
- Cambio notorio de la personalidad;
- Pérdida de interés en actividades que antes le resultaban placenteras;
- Quejas frecuentes en relación a sí mismo manifestando que es una mala persona o qué es una persona inservible;
- Indicios verbales de que ya nada le importa o de que se considera solamente un problema;
- Comienza a arreglar cosas pendientes o regalar pertenencias;
- Se despide de personas cercanas, queridas o comienza a retomar el contacto con personas que hace mucho no veía o con las cuales no hablaba;
- Tiene dificultades para comunicarse, expresar lo que está sintiendo o viviendo por eso tiende a callarse o directamente no hablar con nadie;
- Percepción baja acerca de su capacidad para resolver problemas;
- También influyen las circunstancias externas denominadas situaciones gatillantes, como por ejemplo un duelo reciente, divorcio traumático, una vida familiar crítica, la jubilación, viudez reciente y enfermedades como cáncer, sida, etcétera.
Si observas algunas o varias de estas señales, tratá de hablar con la persona, ofrecele tu ayuda y animala a pedir ayuda a profesionales.
Acerca de cómo preguntar es importante no tener miedo de hacerlo: no porque se haga la pregunta se va activar una acción.
Escuchar y mantener la calma.
No hacer juicios ni reclamos ni retar a la otra persona.
Hacer preguntas concretas, claras y siempre estar atentos a las señales de alarma mencionadas anteriormente.
La segunda acción tiene que ver con el persuadir, cabe aclarar que no se está intentando convencer a nadie ni realizando una intervención en crisis, la acción consiste en manifestar la posibilidad de acompañar, buscar el contacto con un profesional y que al menos considere posponer la situación o la decisión del suicidio.
La motivación tiene que estar basada en la intención de ayuda o sea contener a esa persona que siente que en ese momento el sentido de su vida se acabó.
Hay dos maneras de intentar persuadir a las personas: una es escuchando y la otra es explorando. En relación al escuchar significa brindarle un espacio de escucha atenta y respetuosa para que la motivación salga de esa persona no de nosotros, y explorar conlleva contemplar cuál es el nivel de preocupación que tiene esa persona, tratar de comprender cuál es el nivel de autoeficacia que posee para pedir ayuda, a su vez que tan capaz es de recibir la ayuda ofrecida por alguien más. Podemos interactuar con dos preguntas específicas ¿Qué pasa si no pedís ayuda? y ¿Qué pasa si pedís ayuda y encontrás consuelo? siempre es importante cerrar con una pregunta esperanzadora que brinde una mínima expectativa.
En el persuadir vamos a focalizar en demostrarle a la persona que no la estamos juzgando, sino que intentamos escucharla, proponerle alternativas de apoyo profesional y ofrecernos a acompañarla a buscar atención especializada.
Finalmente, en el referir, la persona toma contacto con un profesional quien intervendrá facilitando una adecuada y rápida alianza, tratando de aliviar la angustia o tensión presente, reduciendo la posibilidad de que el paciente se culpe o actúe impulsivamente, facilitando la adhesión al tratamiento.