Una historia de fe y familia en el Milagro: 220 km de devoción y amor en bicicleta

Entre miles de historias de fe y amor que confluyen en el Milagro de fe y amor de Salta que este año convocó a cientos de miles de fieles para honrar a los santos patronos tutelares, la de Julieta Yáñez, peregrina de San Carlos, corazón del Valle Calchaquí, refleja la fuerza de la tradición familiar y comunitaria que atraviesa generaciones.
Hija de Horacio Yáñez y Alcira Arias —pioneros en 1993 de la peregrinación a pie desde el Valle Calchaquí—, Julieta vivió por primera vez la experiencia de pedalear los más de 220 kilómetros que separan San Carlos, y todo el paisaje vallisto, entre cerros y quebradas, de la Catedral Basílica de Salta. Lo hizo acompañada por 150 ciclistas, sumando fuerzas con peregrinos que llegaron desde Animaná, El Barrial, Cafayate, Angastaco, la ciudad de Salta e incluso de la vecina provincia de Jujuy.
“Para mí es un honor ser parte de esta historia familiar y comunitaria. Cada pedalazo, cada oración es un reflejo del amor que sentimos por nuestros santos patronos”, compartió Julieta en diálogo con Nuevo Diario.
Un legado que se multiplica
El impulso de la familia Yáñez ha dejado huella en San Carlos. Su hermano, Roberto Yáñez, dio inicio en 1998 a la peregrinación ciclista, que con el paso de los años se convirtió en una verdadera manifestación de fe colectiva. La tradición también se nutre del apoyo de Diego Rodríguez —cuñado de Julieta—, de su hermana Edith y del recuerdo imborrable de su abuela Catalina Cisneros, ferviente creyente que inculcó la entrega al prójimo como signo de devoción.
El peregrinar ciclista no sería posible sin el esfuerzo de las familias que acompañan en vehículos, del equipo de cocina que brinda alimento y cariño en cada parada, del camión que transporta bicicletas, del sonido que lleva música y oraciones, y de los colaboradores técnicos que sostienen cada kilómetro del recorrido.
La fe que se hereda y se comparte
En medio de la peregrinación, Julieta confesó haberse conmovido profundamente al ver pedalear a un niño de apenas 9 años, acompañado de su familia. “Fue un recordatorio de que el peregrinar en familia es algo que debemos fortalecer, cuidando a los pequeños. En un mundo donde tristemente vemos guerras y violencia contra niños y niñas, movidos por objetivos materiales, mi peregrinación es también orar por ellos”, expresó.
Ese niño, Alexander Rueda Zuleta, se convirtió en la gran inspiración de sus compañeros de ruta. Su sonrisa y entusiasmo contagiaron al grupo, demostrando que la fe no conoce de edades ni de límites. “Su energía nos motivó a todos, fue un ejemplo de perseverancia y alegría en el camino”, destacaron los peregrinos.
Oración y esperanza
Al llegar a los pies del Señor y la Virgen del Milagro, Julieta dejó sus intenciones en este día de pausa de los salteños y salteñas en un mundo tan convulsionado y doliente: Amor para las familias y comunidades; Respeto por cada vida y cada ser humano y Salud para los suyos.
Su historia es apenas una de las que cuenta cómo el Milagro sigue siendo ese encuentro multitudinario y profundo que hermana: un tiempo de fe compartida, de agradecimiento y de unión, que un año más renovó el pacto de fidelidad y amor.