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El destino de los dólares de Bessent a la Argentina, ¿impulsan las importaciones de China?

La discusión económica de la semana quedó atravesada por una paradoja inquietante: mientras Estados Unidos sostiene el esquema cambiario argentino con dólares aportados por Scott Bessent, esos mismos recursos están impulsando un boom de importaciones provenientes de China.

El fenómeno, cada vez más evidente en el entramado productivo, genera alarma en el sector industrial y reabre un debate que parecía desterrado del discurso oficial: la necesidad de una política industrial.

En este escenario, la UIA se convirtió en un termómetro clave del malestar. El ministro de Economía, Luis Caputo, habló allí de un supuesto “boom de crecimiento”, pero su exposición pasó prácticamente por alto la situación industrial. No mencionó el sector, no detalló indicadores productivos y reforzó la idea de que el Gobierno se prepara para una nueva ola de reformas, amparado en la fortaleza política de Milei tras el triunfo electoral.

Rocca y el fin de un mundo: el pedido de una política industrial en tiempos de shocks geopolíticos

El discurso más esperado fue el de Paolo Rocca. El CEO de Techint afirmó que “el mundo en el que vivíamos y producíamos ya no existe más” y describió una transición global marcada por el ascenso chino, que hoy concentra el 34% de las manufacturas del planeta. También destacó la reacción estadounidense, que desde la era Trump profundizó tarifas, controles, estrategias de reindustrialización y subsidios a empresas, medidas que —según Rocca— ya no dependen de quién habite la Casa Blanca: llegaron para quedarse.

Horas después de su intervención se conoció el Acuerdo Marco de Comercio e Inversiones entre Argentina y Estados Unidos, un dato nada casual en un contexto de disputa geoeconómica creciente. Para Rocca, la Argentina debe rearmar una política industrial que incluya administración inteligente del comercio, ordenamiento de incentivos, infraestructura y una reforma educativa que refuerce la formación técnica. Su planteo fue claro: por características y escala, el país no puede darse el lujo de prescindir de la industria. La reflexión encontró eco en economistas como Leandro Mora Alfonsín, quien sumó un ejemplo doméstico: el incendio en el polígono industrial de Ezeiza. Señaló que la existencia de parques industriales permite alejar fábricas de zonas densamente pobladas y mejorar la seguridad. También eso, dijo, es política industrial.

La segunda etapa que reclama la industria

Mientras Caputo evitó referirse a la situación manufacturera, en los pasillos de la UIA se repitieron tres reclamos: reforma laboral, simplificación tributaria y defensa del comercio frente a la competencia desleal. Pero el centro del debate fue la “segunda etapa” del plan Milei: la que debería llegar luego de la estabilización macro. Rocca insistió en que la apertura comercial no puede ser abrupta. Citó un ejemplo revelador: en 2024 se importaron 5.000 heladeras; en los primeros nueve meses de 2025 ya ingresaron 87.000. La industria pide “apertura racional”, gradualismo y reglas claras. También una estrategia para preservar cadenas de valor estratégicas, incentivar sectores con alto potencial y proteger el empleo formal.

El tema cambiario quedó casi ausente del encuentro, pero atraviesa el debate de fondo. Empresarios del sector productivo aseguran que el tipo de cambio no refleja los costos reales de la economía argentina y que el Gobierno no parece dispuesto a modificarlo.

Lo llamativo es que el esquema actual —sostenido con el apoyo financiero provisto por Scott Bessent en coordinación con el Tesoro de Estados Unidos— no está fortaleciendo la relación comercial con Washington, sino que está impulsando un salto inédito de importaciones chinas. En otras palabras: China se está quedando con buena parte del beneficio comercial generado por los dólares aportados por Estados Unidos.

En Washington admiten preocupación: los dólares del apoyo financiero norteamericano están financiando importaciones desde su principal rival geoeconómico. En ese marco, el acuerdo comercial impulsado por Trump y Milei se lee también como una respuesta a esta anomalía. Estados Unidos busca asegurarse que sus recursos no terminen fortaleciendo aún más a Beijing.

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