Un domingo inolvidable que convirtió un sueño en realidad
Y lloré… y reí… y grité… y putié… y fui feliz, sabiendo que la felicidad son sólo momentos; solo con mi soledad, como una cábala disciplinada que se cumplió acabadamente a lo largo del Mundial de Fútbol que finalizó después de 29 días en Qatar.
También por cábala, antes de cada partido 8 empanadas, 4 fritas y 4 al horno que se “atendieron” muy temprano cerca de las 11,15.
Inicio del partido con tensión, preocupación, ansiedad y la esperanza que me acompañó todo este proceso porque la Selección Argentina demostró a lo largo del torneo ser el mejor equipo del mundo.
Nuestro país se caracteriza por tener una cultura muy dispar, aún así, sobresalen el fútbol, la comida típica de cada zona y el baile. Si bien es cierto que el tango es el baile que nos caracteriza por excelencia, ha crecido de manera notoria el cuarteto, la cumbia, el regatton y otros ritmos, hoy si hubo una expresión de baile, no sé cuál, pero si, ayer durante 75 minutos la selección bailó –literalmente- a Francia, ahora ex campeón del mundo.
El primer gol de Argentina, jugando de manera excelente, generó cierta tranquilidad; el segundo gol disparó un pensamiento de que sí, esta vez no se nos escapaba porque en el campo de juego estaba un Di María indescifrable e imparable para los franceses, pero la efectividad del equipo galo que en cinco minutos logró la igualdad no deseada volvió a generar esas sensaciones tan particulares que genera el fútbol en los amantes del deporte que también conquistó y sedujo el corazón femenino que ahora entiende un poco más el porqué de lágrimas sin sentido por ver y vivir los partidos del Mundial en el segmento masculino.
Final de los noventa minutos con nervios a flor de piel, con preocupación, pero con la esperanza intacta; el tercer gol argentino disparó –otra vez- la certeza equivocada de que ya éramos campeones y en una jugada fortuita a cuatro minutos de la finalización del alargue provocó el penal que marcó el galo Mbappé para definir al poseedor de la Copa mediante los tiros penales.
En los goles argentinos lo que no se vio en la televisión fue que detrás de cada grito estuvieron 47.327.407 argentinos impulsando la pelota adentro del arco. Estoy convencido de ello, de que fue así, ustedes lo saben.
En la ejecución de los penales el sufrimiento, la tensión, la explosión de algarabía, el deshago cuando Montiel acertó “su” penal para –ahora sí- darnos la alegría esperada, esa que se fue armando y creciendo a medida que pasaban los partidos.
Sí, sufrir, estar tensionados, algarabía, felicidad y finalmente orgasmo futbolístico, orgullo, satisfacción, son también las sensaciones que nacen con el correr de una pelota, por un “simple” partido de fútbol que, si alguien lee estas líneas lo va a entender.
Rienda suelta a esa alegría y felicidad a la que sólo le faltó, me faltó, el abrazo celestial con Javier, y terrenal con Belén, Emilia, Lucía y Julieta, mis hijos, los dueños de casi todos los momentos felices de mi vida.
La expresión de felicidad que inundó las calles de todo el país es el resultado lógico de una manifestación que anuló –por 29 días- todos los sinsabores que se vive en Argentina, manifestación de felicidad que disipó la opresión y la inestabilidad que genera la inflación, hizo olvidar la injusticia que genera la Justicia, hizo desaparecer la famosa grieta que divide nuestras pasiones y para cada uno las diferentes causas de preocupación que hacen mella a la mayoría del sufrido pueblo argentino.
Mientras tanto, la otra realidad envía saludos por este momento tan especial y sin dejar de lado su imparcialidad, imperturbablemente pregunta… ¿y hoy, cómo seguimos?…
NAG