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Cuando la amistad vence la distancia, el tiempo y otros avatares

Estación Morillo.
Para la mayoría, apenas dos palabras sin mucho sentido. Para quienes miran el mapa salteño con un poco más de detalle, es una localidad ubicada a 460 kilómetros de la capital salteña, oficialmente llamada Coronel Juan Solá, con 9.739 habitantes según el Censo 2022, en pleno departamento Rivadavia.

Un punto en el Chaco salteño donde la pobreza es estructural, donde la ganadería mayor y menor —su principal actividad— padece la falta de agua, donde el clima subtropical castiga con veranos largos y un invierno breve, y donde las lluvias, caprichosas, llegan solo en primavera-verano.
Un lugar donde casi un tercio de la población es wichí, y donde la emergencia sociosanitaria se vuelve palpable en cada casa, cada escuela, cada sala de salud.

Sin embargo, Morillo es más que carencias: es también un nodo educativo, con siete establecimientos entre nivel inicial, primario, secundario —común y técnico—, terciario bilingüe e incluso un BSPA para adultos. Es un pequeño faro dentro de la inmensidad del Chaco.

Para la mayoría, dos palabras.
Pero para ocho personas, Estación Morillo significó algo mucho más profundo.

El viaje que nadie esperaba

En ese “paraje sufrido”, con su gente hecha de resistencia y esperanza, un grupo de siete amigos —“jóvenes jubilados”, como les gusta bromear— decidió emprender un viaje aparentemente insensato e incomprensible: ir hasta Morillo, en diciembre, para sorprender a un compañero de toda la vida en su cumpleaños número 68.

Ese amigo es Nicolás Alejandro Pacheco, el “ñato”, un hombre que hace doce años decidió reiniciar su vida tras una injusticia laboral que lo alejó de Salta Capital, donde fue oficial de la Policía y llegó a Comisario Inspector. Esa historia queda para otro día.
Hoy importa su presente: un hombre que se rearmó, que reorganizó su familia, que eligió ese “paraje sufrido”, un lugar difícil para reinventarse y como él lo dijo, morir allí.

Cursó la secundaria en el instituto Padre Gabriel Tommasini, donde nacieron amistades de esas que la vida no desgasta, aunque la distancia lo intente.

La sorpresa como acto de amor

El grupo llegó a Morillo cerca de las 20, sin aviso, como una sorpresa. Porque eso es la sorpresa: una irrupción que rompe la previsibilidad y toca una fibra interna que no suele vibrar seguido. Y esa tarde noche vibró para todos.

El “ñato” quedó perplejo al verlos aparecer: esos viejitos inadaptados, esos locos lindos que, como dijo uno de ellos, “¿a quién se le ocurre ir a Morillo… y en diciembre?”.

La respuesta es simple y contundente: a la amistad.

A esa amistad que no se mide por la frecuencia de los encuentros sino por la intensidad de los afectos.
A esa amistad construida hace décadas, cuando todavía eran adolescentes caminando por los pasillos del colegio, sin saber que estaban forjando vínculos que el tiempo solo iba a reforzar.

Los abrazos no hablaron de ausencias, sino de nostalgias extrañadas y recordadas, de reencuentros que no eran necesarios para sostener la amistad, pero que la hicieron brillar otra vez.

El asado que cerró la grieta del tiempo

Ya instalados en el hospedaje, organizaron un asado que, como todo buen asado entre amigos, se transformó en un ritual.
El “agasajado” bendijo la mesa, también acompañado por su familia y por su hermano discapacitado, de quien se hizo cargo luego dela muerte de su madre. Y ahí se quebró la coraza del hombre curtido: aparecieron palabras sentidas, sinceras, sin maquillajes.

El cansancio del viaje no importó. El asado fue más sabroso porque estuvo condimentado con amor, con historias que no se olvidan, con lealtades silenciosas, con risas que rejuvenecen, con la simple felicidad de estar vivos y juntos.

Lo que sigue

Esta historia no termina aquí, iene continuidad. Porque cuando la amistad es verdadera, vence la distancia, la pobreza del entorno, la inclemencia del clima y los avatares personales.
Porque estos hombres —adolecentes aún en el reencuntro— saben que pueden contarse, que pueden aparecer sin aviso, que pueden abrazarse sin explicar nada.

Lo dijeron sin decirlo: “Estamos. Estemos. Para lo que sea.”

Y eso, querido lector, no lo da un lugar en el mapa. Lo da el corazón.

NAG

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