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Cuatro nuevas votaciones en la jornada de hoy mantienen la incertidumbre latente

La primera fumata en la Plaza San Pedro arrojó lo que se esperaba: humo negro, adelanto de que no se eligió un papa express.

Continuando con una habitualidad de mantener la expectativa en los millones de feligreses que esperan con ansias conocer quién será el sucesor 267 de Pedro.

Desde Vatican News y Religión Digital, se subraya con insistencia que los cardenales están buscando un Papa con fuerte sensibilidad pastoral, cercano a los fieles, especialmente a los más pobres y excluidos.

Se espera que no sea solo un administrador o teólogo, sino alguien con olor a oveja, como decía Francisco.

En la XII Congregación General, varios cardenales insistieron en la necesidad de alguien “humilde, dialogante, accesible” que inspire confianza en tiempos de polarización interna y desafección externa.

Un líder de unidad en tiempos de tensiones internas

El próximo Papa debe saber gestionar la pluralidad dentro de la Iglesia, que hoy convive entre bloques reformistas (francisquistas) y sectores conservadores que anhelan una vuelta a una eclesiología más clásica.

Las “cordadas” internas están activas, y quien salga electo deberá generar síntesis, no ruptura.

El perfil ideal equilibra apertura y fidelidad, reforma y continuidad, tradición y adaptación.

Un Papa global, con mirada del Sur, donde están más del 65% de los católicos, muchos esperan que el nuevo Papa no sea europeo. Esto da fuerza a candidaturas como: Luis Antonio Tagle (Filipinas): pastoral, carismático, internacional. Fridolin Ambongo (Congo): firme en la justicia social, defensor de los pobres y la ecología.

Jean-Marc Aveline (Francia): aunque europeo, tiene una visión intercultural profunda desde el Mediterráneo. Comprometido con la paz, los migrantes y el ambiente, aunque se asegura que las claras posturas de tres grupos dentro del cónclave tienen mucho que acordar.

La guerra, el desplazamiento forzado y la crisis climática ocupan lugar central en la reflexión del Cónclave. Se busca un Papa que hable con autoridad ética ante potencias mundiales.

Que sea profeta en defensa de la creación (inspirado en Laudato Si’), la primera de sus encíclicas.

Y que tenga capacidad diplomática para mediar en conflictos y tender puentes entre culturas y religiones.

Un papa sinodal

La sinodalidad ha sido uno de los grandes legados del Papa Francisco. El nuevo Papa deberá: profundizar la escucha activa a obispos, laicos, mujeres y jóvenes.

Ampliar el protagonismo de las Iglesias locales.

Sostener estructuras de participación que ya no se puedan revertir sin generar crisis.

“No puede ser un Papa monárquico o autoritario, sino sinodal en el fondo y en la forma”, afirma un artículo de Religión Digital.

El desafío de la “ciberteología”

En una era en la que los algoritmos parecen haber reemplazado a lo divino, la elección del nuevo Papa se hará como dicta la tradición: con los móviles apagados y las conexiones bloqueadas por potentes inhibidores de señal. Pero una vez elegido el sucesor de Pedro, el mundo digital volverá a encenderse.

Entonces, el pontífice deberá enfrentarse a una cuestión crucial: recordar que ninguna inteligencia artificial, por avanzada que sea, puede sustituir al alma humana ni a su vínculo con el Creador.

El Papa Francisco ya marcó el camino. No rechazó la tecnología, pero tampoco se rindió ante su fascinación.

 En una visita a Filipinas, alertó sobre el riesgo de convertirnos en “museos llenos de datos, pero sin sabiduría”, humanos reducidos a meras bases de datos. Más recientemente, impulsó el documento Antiqua et Nova, un pronunciamiento vaticano sobre la relación entre inteligencia humana y artificial, en el que se plantea una pregunta urgente: ¿qué significa seguir siendo humanos en un mundo donde las máquinas piensan, predicen y deciden?

La inquietud no es nueva. Ya en 1964, Pablo VI advertía sobre la necesidad de que el “cerebro mecánico” sirviera al “cerebro espiritual”, y lo describía como un esfuerzo que roza lo sagrado.

 Hoy, el riesgo parece invertido: que la lógica de las máquinas moldee el pensamiento humano, que confundamos la sabiduría con la eficiencia y el discernimiento con el rendimiento.

El debate ya no se limita a proteger la doctrina, sino a defender lo humano. Así lo expresó Francisco en el G7: hablar de tecnología es hablar de humanidad.

Si la inteligencia artificial se convierte en una mercancía, como ya ocurre en algunos laboratorios de Silicon Valley, será más urgente que nunca reivindicar la inteligencia espiritual, aquella que no se conforma con respuestas automáticas, sino que se atreve a formular las preguntas esenciales.

La tecnología ha dejado de ser solo un tema ético o filosófico: se ha convertido en un desafío teológico.

Aquí es donde entra en juego una nueva etapa para la teología. Se necesita una «ciberteología». Así sostiene el teólogo Antonio Spadaro, desde su blog y que repica la Religión Digital, en el mismo sentido que ya el papa Francisco fue marcando entendiendo que el desafío de la iglesia para este siglo XXI estará definido desde IInteligencia Artificial.

Tres posturas internas

El cónclave que se celebra no solo es un momento crucial para la Iglesia Católica, sino también un reflejo de las distintas corrientes internas que conviven en su seno. Los cardenales electores llegan al Vaticano con posturas que abarcan desde el conservadurismo doctrinal hasta propuestas de renovación y apertura. Por un lado, un sector significativo del Colegio Cardenalicio se identifica con una visión conservadora. Estos purpurados promueven un retorno a la liturgia tradicional, anterior al Concilio Vaticano II, y defienden el rito tridentino como forma de preservar la identidad católica. Para ellos, la continuidad doctrinal y una estructura eclesiástica jerárquica son fundamentales para garantizar la estabilidad y la ortodoxia.

En contraste, otra parte del cónclave se alinea con posturas más progresistas o de centro. Estos cardenales buscan una Iglesia más inclusiva, enfocada en la justicia social, la atención a los más vulnerables y una mayor apertura frente a los desafíos contemporáneos. Entre ellos hay distintas gradaciones, desde quienes impulsan cambios más audaces hasta quienes abogan por una evolución pausada pero firme.

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