¿Disminución de la pobreza? En Floresta, un comedor alimenta a más de 130 personas por día
En el marco del reciente anuncio oficial de Nación de una disminución de la pobreza en el país, la responsable del Centro Infantil La Floresta —un histórico comedor comunitario del barrio— cuestionó la medición y describió la realidad de miles de familias que llegan a diario por un plato de comida.
Su relato expone el contraste entre los números nacionales y la vida cotidiana de los sectores más vulnerados. En diálogo con el programa Las Barbas en Remojo, Amalia Rodríguez, responsable del comedor comunitario La Floresta, brindó un diagnóstico crítico sobre la situación social que atraviesa el barrio, poniendo en duda que las cifras oficiales reflejen lo que ella observa “en la calle”.
“Acá estamos bien nomás. Es un decir, ¿no?” respondió al ser consultada por el anuncio de reducción de la pobreza, refiriéndose a que la realidad local no condice con la mejora estadística reportada.
Según datos oficiales del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC), la pobreza en Argentina habría disminuido al 31,6 % de la población en el primer semestre de 2025, cifra que representa una caída respecto a periodos anteriores y la más baja registrada desde 2018. En términos de hogares, aproximadamente 24,1 % vive por debajo de la línea de pobreza, y 5,6 % de los hogares son indigentes.
Sin embargo, para Rodríguez los números no coinciden con lo que “se ve en el barrio”: “Antes teníamos niños y algunos casos judicializados de madres y niños. Pero ahora tenemos niños, madres, padres, abuelos, jóvenes… gente que vive en la plaza, que duerme en la plaza”.
Relató que diariamente distribuyen alrededor de 130 raciones de comida, y que la asistencia gubernamental —bolsones y una dieta incrementada por provincia y municipio— no siempre alcanza frente al crecimiento de la demanda.
El comedor recibe verduras cada quince días por parte de la Municipalidad, pero Amalia señaló que los aportes son parciales: “Desgraciadamente no siempre alcanza porque hay comedores que trabajaban antes de lunes a viernes y ahora solo lunes, miércoles y viernes”.
Aumento de necesidades y caída de voluntariado
Rodríguez subrayó que la reducción de programas de asistencia, particularmente del beneficio Potenciar Trabajo, hizo que muchas personas que colaboraban con los comedores comunitarios se vieran obligadas a priorizar ingresos económicos, dejando de lado la participación voluntaria.
“Hay mucha desidia… hasta los mismos abuelos ven que somos tres o cuatro locas en la cocina para atender todo esto y nos ayudan a cortar leña”, describió.
Realidades que no se “celebran”
Al recordar los primeros años de La Floresta, Rodríguez relató que el comedor fue concebido originalmente para un corto periodo, con la esperanza de que la pobreza fuera transitoria. Hoy, a 37 años de actividad ininterrumpida, reflexiona con tristeza: “No quisiera cumplir más años, quisiera que esto se cerrara porque todo el mundo tenga donde ir a comer”.
El foco de su preocupación va más allá de la alimentación. “Se ve de nuevo volver a los años que se comía del basural… gente sin luz propia, agua clandestina, casas que se les viene abajo…”, describió mientras ponderó los efectos visibles de la crisis económica en la calidad de vida de los vecinos.
Rodríguez también advirtió sobre el avance del consumo de drogas entre jóvenes del barrio, muchos de los cuales —dijo— se acercan al comedor con hambre antes de buscar sustancias, un síntoma de la combinación entre precariedad y falta de oportunidades.
Redes de apoyo y solidaridad
Ante la vulnerabilidad estructural, el comedor ha desarrollado formas de resiliencia comunitaria. Mencionó el uso de hornos ecológicos para cocinar y la colaboración de donantes particulares, entre ellos Agustín Martínez, un joven empresario gastronómico que, tras un robo que dejó al comedor sin herramientas de cocina, donó equipamiento esencial y organiza festivales solidarios.



