En tiempos de motosierra y negacionismo, el 10 de diciembre pasó sin épica y sin festejos
Otrora, cada 10 de diciembre en Salta y en el país condensaba dos conquistas que parecían firmes: el Día Internacional de los Derechos Humanos y el Día de la Restauración de la Democracia. Este 2025, en cambio, la fecha llega atravesada por palabras que se repiten en boca de organismos, académicos y sobrevivientes: ajuste, represión, negacionismo, colonización, tristeza.
Los actos tuvieron como epicentro a la Universidad Nacional de Salta, en el mural de los desaparecidos y este jueves en el Museo Histórico de la UNSa tienen un hilo en común: nadie habla de “celebrar”. Se habla de sostener, de resistir, de volver a explicar lo que parecía saldado. Y de nombrar un presente que para muchos ya configura una grave crisis de derechos humanos.
De “terrorismo de Estado” a genocidio: la batalla por el sentido
Fernando “Pequeño” Ragone, referente de la Mesa de Derechos Humanos y nieto del exgobernador Miguel Ragone, desaparecido y secuestrado, escuchó en la UNSa a los históricos litigantes y militantes por los DDHH David Leiva y Elena Rivero y esgrimió una certeza incómoda: “el desafío contemporáneo para los organismos de derechos humanos reside en que nuestros discursos tradicionales se han agotado, dejando a las nuevas generaciones distanciadas de su experiencia histórica”.
En diálogo con Nuevo Diario, Ragone advirtió que ese desgaste se combina con una nueva forma de negacionismo. No se trata ya de la vieja negación lisa y llana de la dictadura, sino de un “discurso relativizante” que el propio gobierno nacional explota: “utiliza un discurso relativizante sin negar totalmente la verdad de los procesos de exterminio y violencia a manos del Estado ocurridos en Argentina, porque después de los juicios de lesa humanidad nadie les creía”.
Ese relativismo, señala, se despliega en publicaciones, videos, intervenciones en redes que buscan justificar el accionar del aparato represivo sobre sectores a los que se sigue etiquetando como “guerrilleros, zurdos, kukas, comunistas”. Frente a esa ofensiva, Ragone se anima incluso a discutir una categoría histórica muy arraigada: “Tal vez es un error seguir planteando el ‘terrorismo de Estado’. Porque les facilita a los negacionistas un interrogatorio sobre la existencia de un ‘terrorismo insurgente’ y desvirtúa la verdad al sugerir la necesidad de juzgar a las organizaciones armadas”.
Para él, las organizaciones político-militares nunca tuvieron el monopolio del uso de la fuerza ni se dedicaron al terrorismo indiscriminado sobre la población civil. Su propuesta es correr el eje hacia el concepto de genocidio, entendido como un proceso histórico que comenzó antes de 1976 y que buscó “una transformación profunda en la sociedad argentina”.
Ese plan, afirma, “desde su origen buscó eliminar la solidaridad para instaurar el individualismo como valor supremo y ha sido muy exitoso. Tanto que la sociedad actual y la subjetividad de los jóvenes está moldeado por el proyecto genocida”. Cuando habla de los 30.000 desaparecidos, Ragone ya no quiere limitarse a las víctimas mortales: incluye a quienes pasaron por los centros clandestinos y a los hijos e hijas que presenciaron los secuestros o quedaron expuestos a los operativos. Entre ellos, su propia generación.
Derechos humanos y fascismo de mercado
El análisis de Ragone no se queda en el pasado. “No es necesario que un gobierno llegue por un golpe de Estado para ser autoritario y desaparecedor de personas”, sentencia. Recuerda que desde hace meses los organismos en Salta vienen advirtiendo “los múltiples rasgos fascistas del gobierno nacional que se extiende en las provincias”, con el recrudecimiento de muertes en custodia de la policía y detenciones ilegales. En esa lista ubica el protocolo de Patricia Bullrich, “calificado por los organismos como inconstitucional, represivo y fascista”, y la construcción de un nuevo enemigo interno: si para la dictadura era la “subversión apátrida, materialista y atea”, hoy el blanco se desplazó de “la casta” hacia periodistas y, en general, “todos los sectores que se oponen al plan, llegando a ser potencialmente el 80% de los argentinos”.
La degradación de la Justicia completa el cuadro: “jueces que avalan las políticas represivas y de ajuste, a pesar de los innumerables recursos de inconstitucionalidad presentados”. Frente a esa combinación de ajuste y represión, Ragone vuelve a una enseñanza de las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo: “la necesidad de estar en la calle, porque los modelos de gobierno se modifican con la gente movilizada”.
“Nada que festejar”
Si la reflexión de Ragone es una radiografía conceptual, la de Blanca “Nenina” Lescano, histórica referente de la Mesa por los Derechos Humanos de Salta, suena como un diagnóstico doloroso. “Hoy (por ayer) estuvimos en la universidad y esta tarde estuvimos en la Oficina Cultural con las organizaciones de derechos humanos”, cuenta. Y se remonta a 1966, cuando la Asamblea General de la ONU aprobó los pactos internacionales de derechos civiles y políticos y de derechos económicos, sociales y culturales. “Nuestro país los ratificó mediante la ley 23.313 en 1988. Pero ¿qué pasa con esto? Hoy no se respeta ninguna de estas instancias”.
Lescano sostiene que la memoria construida por los organismos desde 1983 “está en crisis” porque se destruyen las estructuras del Estado que encarnaban un modelo de democracia social: cultura, educación, salud. “No podemos hablar de derechos humanos cuando precisamente tenemos un presidente de Nación que está sacándole todos los recursos, y además de la destrucción de todas las organizaciones de derechos humanos y todo lo que avanzamos”. Denunció asimismo la desfinanciación de archivos, incluidos los archivos genéticos, y de las instituciones que sostuvieron la etapa democrática. “Hoy, la crisis es una crisis de derechos humanos tremenda en nuestro país”, resume.
Su ejemplo más concreto es la compra de aviones de guerra con misiles: “Se gastan millones de dólares en comprar aviones de guerra… Mirá si en vez de comprar naves de guerra hubieran comprado esas famosas naves importantes que trasladan agua cuando hay grandes incendios, esos aviones aguateros que tanto faltan en este país”. En su mirada, el mismo esquema se repite dentro del país: un 5% “se está llevando todo lo que les quitaron a las poblaciones, mientras se destruyen instituciones.
El futuro es sombrío
“Ahora viene la peor reforma, esta vez cuando nos despertemos después de las vacaciones o después de estar durmiendo la siesta, nos vamos a dar cuenta que somos nuevamente esclavos y que nuevamente somos una colonia. Y esta vez peor, porque vamos a ser una colonia del yanqui”.
Su balance del 10 de diciembre es demoledor: “Nada de festejar los derechos humanos. Y cada vez que hablemos de derechos humanos, tenemos que marcar lamentablemente su pérdida, no su conquista”. Sin embargo, deja una rendija abierta: “Los pueblos no se suicidan, en algún momento van a reaccionar, aunque lamentablemente se pierdan vidas humanas”. Y cierra, como desde hace décadas: “Por los treinta mil detenidos desaparecidos, presente ahora y siempre. Hasta la victoria”.



