Me resisto a vivir bajo la lógica de un mundo líquido. No quiero que Zygmunt Bauman (y su teoría de la muerte del mundo sólido en manos de la modernidad líquida) sea el ganador, que las teorías críticas mueran junto a los metarrelatos, dejando paso a narrativas escuetas, fragmentadas y contradictorias.
Me niego a que las cátedras de ética y legislación en comunicación acumulen polvo en las universidades, mientras la inmediatez arrasa con el ejercicio responsable de la comunicación.
Sin embargo, el daño ya está hecho. En Salta, durante la última semana, el tratamiento descarnado del denominado “Estrada Gate” puso bajo una lupa los límites desdibujados de la ética, sacrificada en pos del “minuto a minuto”. Las consecuencias son evidentes: por un lado, un periodismo bajo la permanente lupa oficial. En tanto y por el otro, el del “escrachismo” a partir de la escalada de publicaciones que carecen de cualquier formato periodístico legítimo: violentas, retrógradas, machistas
En este contexto, los límites se corrieron hasta el punto de involucrar a las familias de los implicados, esbozando teorías con tintes mafiosos, propias de esa “cultura del escrache” que no deja a nadie indemne. Algo que contrasta profundamente con aquellas prácticas periodísticas que, además de honestidad, estaban guiadas por valores y criterios que hoy parecen ausentes.
Los hechos que la Justicia de Salta intenta configurar bajo la figura de “intimidación pública” representan, en esencia, otra manifestación de la lógica del impacto: el cazabobos mediático. Una estrategia que desvía la atención hacia otros asuntos, ocultando problemas de fondo que han sido denunciados repetidamente, incluido el cuestionable papel de la Justicia salteña, ágil para algunos casos y sorprendentemente ausente en otros. Este fenómeno mediático incluso alcanzó la escena nacional, amplificando el ruido y la confusión.
Como si esto fuera poco, en este contexto emerge imponente el blindaje legislativo provincial contra las “fake news”, que roza peligrosamente los límites de una ley mordaza. Y es que el cuerpo legal y la breve historia de cómo se llega a su aprobación exprés trae a colación los episodios vividos en 2023 en Jujuy bajo la gestión del exgobernador Gerardo Morales encarcelando a dos tuiteros. Ni hablar del escozor de pensar que todo esto podría responder a un tono de época de un gobierno nacional, donde la cacería ya no es de brujas, sino de periodistas.
La cronología del “Estrada Gate” no solo evidencia una escalada de acusaciones y especulaciones, sino también una maquinaria mediática que mezcla periodismo, intereses políticos y estrategias de manipulación. Las denuncias iniciales, según reportes publicados por medios como Informate Salta y Voces Críticas, mencionan figuras clave y una trama que utiliza redes sociales para la difamación sistemática. Paradójicamente, los mismos medios que denuncian esta difamación parecen participar de ella, exponiendo a las figuras involucradas con el mismo tenor. A medida que avanza el caso, surgen más interrogantes sobre los modos, las formas y los silencios… o los desvíos.
Tal vez sea momento de cuestionarnos no solo lo que vemos, sino especialmente lo que se oculta tras bambalinas, como siempre debió ser en un periodismo serio. Este debe ser el momento de repensar nuestro ejercicio profesional para recuperar la ética, la reflexión y el respeto. Desde las redacciones, es fundamental desarmar la lógica vertiginosa de un mundo líquido —y no dejar que gane el mundo líquido sobre el que alerta Bauman—, apostando por una pedagogía que priorice el compromiso y la verdad. Solo así podremos superar esta crisis que amenaza con arrastrarnos y diluirnos a todos.
LoLo.