A veces, intentar narrar una historia de vida conlleva una dificultad particular: es cuando en el mismo relato se enfrentan y se entremezclan sensaciones profundamente humanas como la felicidad y la tristeza; la alegría y la insatisfacción; la esperanza y la realidad… la vida y la muerte, conviviendo en un mismo tiempo. Esta historia es una de esas.
Salta. Tres hermanos: Ale, el mayor, de 37 años; Maxi, el del medio, de 34; y Anita, la menor, de 21.
Los dos mayores ya proyectaron su vida a través del amor, con mujeres maravillosas y mejores personas —Belén y Sandra— y la menor transita ese mismo camino, en una historia que florece con Enzo.
Por razones laborales y económicas, Ale se instaló hace algunos años en Villa Carlos Paz, Córdoba, a 905 kilómetros de Salta. Allí encontró amor, estabilidad, trabajo y la tranquilidad que permite soñar sin miedo.
Uno de esos sueños se hizo carne cuando supieron que iban a ser padres. El parto estaba previsto para la cuarta semana de diciembre.
Con esa noticia, la familia salteña armó viaje para ser testigo del milagro de la vida: madre y padre —divorciados, pero unidos en la responsabilidad de serlo—, la pareja del padre, y la madre de Belén, Norma, llegada desde Chaco para acompañar ese momento imborrable en la generación de recuedos.
Maxi y su esposa no pudieron viajar por razones tan comprensibles como dolorosas, aunque el plan original era celebrar todos juntos la Navidad.
Nobleza obliga: hubo un “colado” en ese viaje, el que escribe.
La ausencia
Maxi, recién casado, también guardaba una noticia. Una de esas que se anuncian con felicidad, alegría y abrazos.
Pensaba compartirla en Córdoba, sorprender a la familia y decirles que ellos también serían padres.
Pero la vida —o la muerte— tejía otros planes y lo sorprendió a él y a su esposa.
La noche previa al viaje, el golpe llegó sin aviso: ese sueño no sería posible, se evaporó como una lluvia de verano.
Dolor, angustia, incertidumbre. Preguntas sin respuesta, las que solo entienden quienes atravesaron esa pérdida.
La familia dudó en viajar para acompañarlo.
Pero Maxi, con una grandeza que solo tienen las buenas personas, los alentó a ir.
El viaje duró algo más de diez horas.
La alegría viajaba contenida.
Y aun así, ver a los abuelos primerizos es una experiencia que no admite comparación: ni con el gol de Diego a los ingleses ni con ninguna otra emoción que no sea haber vivido lo suficiente para entenderla.
El colado
Lo que los viajeros no sabían —y ahora sí— es por qué ese “colado” necesitaba estar ahí, no solo por amistad, sino por él mismo.
Hace casi 36 años, nacía su primer hijo, Javier, vivió apenas 12 horas.
En su deseo y proyección de vida, Javier y Ale iban a ser grandes amigos, como lo eran y son sus padres.
Pero otra vez, el destino, la muerte escribió otra cosa. Por eso fue.
Para ser testigo de lo que Javier quizás hubiera sido: amigo, hombre, padre.
Para reconciliarse con los “quizás” que nunca fueron y para pagar su propia deuda.
El “colado”, hoy es padre de cuatro hijas maravillosas. Ese es su mayor orgullo, su revancha.
La familia de Ale se quedó en Córdoba para pasar la Navidad, como estaba previsto.
El colado regresó solo a Salta, con sus emociones y su silencio, sosteniendo dos pensamientos:
Una jaculatoria por el sueño de Maxi y ese angelito que partió antes de llegar.
Y un deseo profundo para Ale, que desde ahora comenzará a escribir ese manual que no existe: el de ser padre.
Con 52 centímetros, 3 kilos 610 gramos, a las 12:01 del sábado 20 de diciembre, llegó Lucca.
Y la vida vuelve a empezar.



