Demora, lágrimas y el apoyo de los amigos: así fue la última jornada del juicio por el crimen de Blas Correas

Este viernes fueron condenados los 13 expolicias que mataron al adolescente de 17 años en agosto de 2020.

FUENTE: https://tn.com.ar/opinion/2023/04/01/javier-milei-la-senal-de-alerta-que-rompe-la-grieta-entre-el-frente-de-todos-y-juntos-por-el-cambio/

Pese a la lluvia, a las 8 de la mañana ya había gente en la esquina Achaval esperando para entrar al tribunal. Con carteles en mano, remeras alusivas y fotos de Blas Correas, de a poco se fueron colmando los pasillos de la Cámara Octava del Crimen de Córdoba.

“¿Nervioso? No. Estoy tranquilo, casi acostumbrado”, dice a TN Blas, el papá del adolescente fallecido, antes de que se hiciera la hora de entrar. En principio, la última audiencia por el juicio del joven asesinado iba a arrancar a las 9, pero se demoró media hora por la cantidad de personas que había ingresado a la sala. Familiares, amigos y organizaciones sociales coparon todo para escuchar las últimas palabras de los imputados.

A diferencia de lo que fue durante el debate, los 13 hablaron: algunos pidieron perdón y lamentaron lo que había pasado; otros resaltaron la fuerza de los papás para salir adelante y un grupo se diferenció de algunos oficiales: “Lo que hicieron estos policías me hicieron perder el trabajo”.

“No tengo la necesidad de pedir perdón, solo admirar la lucha por su hijo”, sostuvo Juan Antonio Gatica. En esa línea, declaró Ezequiel Vélez: “Si yo no les pedí disculpas es porque yo no hice nada”. Para la familia Correas, fue una desilusión escuchar que ninguno haya admitido el error. Soledad Laciar había anticipado que le hubiera gustado que los acusados dijeran “Me equivoqué”. Pero no fue el caso.

Tras una hora y media, el máximo tribunal anunció que habría cuarto intermedio para que los jurados populares puedan definir y debatir con los jueces hasta la tarde, momento en el que darían finalmente la sentencia a los acusados. “Antes de las 16 imposible”, se decía entre los rincones de la sala antes de que se desalojara y desde fuentes del tribunal aseguraban que el veredicto se haría desear porque había varios puntos a acordar y así fue.

En la puerta del tribunal, la gente hacía fila para entrar a escuchar la sentencia. En las paredes del interior, también se reclamaba justicia por Blas. (Foto: TN/Agustina Sturla)

En la puerta del tribunal, la gente hacía fila para entrar a escuchar la sentencia. En las paredes del interior, también se reclamaba justicia por Blas. (Foto: TN/Agustina Sturla)

Cerca de las 15, el bar de la esquina empezaba a acumular gente en la puerta. Adentro, Soledad, que no entendía cómo la hora podía pasar tan lento. Afuera, Blas con un grupo de amigos, intentando no pensar. Se multiplicaban las remeras con la cara de “Hueso”, como le decían sus amigos, y su imagen se hacía cada vez más presente.

Todos esperábamos la señal que indicara que la condena estaba lista, pero recién a las 17 confirmaron que media hora después se leería la sentencia. Bastaron pocos segundos para que la sala quedara completa y se llenara de emoción.

En la primera fila estaban los fiscales; en la segunda, los papás de Blas y el equipo de abogados, y en la tercera estaban sentados su hermano Juan y Mateo, Juan Cruz, Camila y Cristóbal, los cuatro chicos que iban en el auto con la víctima. Con ellos después se sentó Sonia Torres, Abuela de Plaza de Mayo representante de Córdoba, que se fundió en un abrazo con Soledad y su hijo mayor. Todos permanecían expectantes.

Al ver el auditorio repleto de gente, Laciar quiso tranquilizar y pedir que no haya reacciones ni gritos al momento de la lectura del veredicto: “La lucha es con respeto. Si existe algo no nos guste, vamos a seguir luchando. Pero no les demos el gusto de decir que somos unos locos”.

Al rato llegaron las dos hijas menores de Soledad, con un globo que contenía adentro un dibujo: “Justicia por Blas”, dijeron las pequeñas. Posaron ellas tres y Juan: “Falta uno y está más presente que nunca”, manifestó emocionada.

El reloj marcó las 17:30, pero aún no había novedades de la sentencia; incluso, tampoco estaban los imputados sentados. Cerca de las 18 entraron seis, los otros acusados, entre ellos, Javier Alarcón y Lucas Gómez, ingresaron casi a la par de los jueces. Pero la hora pasaba y la gente que estaba allí se notaba impaciente.

Juan era uno de ellos. Se paraba, se sentaba, se volvía a parar y miraba para todos lados. Entre el calor y la ansiedad de conocer la decisión, había un clima constante de tensión y el operativo que se había planificado para mantener el orden se había desbordado.

Hubo varios amagues y hasta se llegó a preguntar si efectivamente hoy habría veredicto. “¿Qué pasa? ¿Por qué demoran tanto?”, le preguntó un colega al abogado que representa a la familia Correas. “No sé, ya está. Ya deberían entrar”, contestó.

Se hicieron las 18:30 cuando una policía gritó: “De pie”. Esa señal esperábamos: hora de la decisión final. Tras el saludo formal, todos tomaron asiento para escuchar a los jueces. Rápidamente, Soledad agarró papel y lapicera y escuchaba atenta lo que decía el máximo tribunal.

Primero, la Justicia no hizo lugar al pedido a la “excepción de falta de acción por extinción de la pretensión penal” solicitado por la defensa. Al escucharlo, la mamá de Blas apoyó los brazos sobre la mesa, sin querer mirar nada. A los cuatro minutos, el juez anunció la prisión perpetua para los dos ex suboficiales Alarcón y Gómez.

Aunque habían pedido calma, después de escuchar el futuro de los dos policías que dispararon y mataron a Blas, hubo un fugaz aplauso aprobatorio en toda la sala. En ese momento, Soledad se quiebra y es Juan quien la contiene. La abraza, la agarra de la mano y juntos siguen escuchando el resto de las condenas.

Wanda Esquivel, la agente que plantó el arma, fue condenada a 3 años y 10 meses por los delitos de “incumplimiento de la obligación de promover la persecución de delincuentes y de encubrimiento por favorecimiento personal y real agravado por la gravedad del hecho precedente, por la calidad funcional y por haber sido cometido en ejercicio de sus funciones”. Tras escuchar la pena, su mirada bajó y su cara reflejaba lo que ocho horas antes había expresado en palabras: vergüenza.

Yamila Martínez recibió 4 años y 3 meses por el “incumplimiento de la obligación de promover la persecución de delincuente” y de “encubrimiento por favorecimiento personal y real agravado”. Tanto a Esquivel como a Martínez se les otorgó el beneficio de la prisión domiciliaria. Por los mismos delitos fueron condenados Enzo Quiroga y Jorge Galleguillo a 4 años y 8 meses de prisión. Walter Soria recibió 4 años y 9 meses y Sergio González, 4 y 10 meses.

En tanto, Leandro Quevedo Juan Antonio Gatica fueron condenados a 4 años de prisión por encubrimiento por omisión. Ezequiel Vélez fue condenado a 2 años y 6 meses por falso testimonio y absuelto del delito de encubrimiento por omisión. Los dos únicos que fueron absueltos por los delitos que se los acusaba -falso testimonio y encubrimiento por favorecimiento personal agravado- fueron Leonardo Martínez y Rodrigo Toloza.

Durante el resto de la lectura, los ahora condenados permanecieron inmutables. No gestos, no miradas, nada. Del otro lado, se podía ver una mezcla de lágrimas y alivio. Había quienes festejaban para sí mismos, algunos asentían al escuchar la palabra del juez y otros, intentaban progresar toda la información.

Una vez que terminaron con las penas de los 13 expolicías, se pasó a leer la resolución respecto a los pedidos de la fiscalía en adhesión con la querella: el exministro de Seguridad cordobesa, Alfonso Mosquera Liliana Zárate Belletti y Gonzalo Cumplido, entre otros, serán investigados “ante la posible comisión de delitos de acción pública perseguibles de oficio”.

Las miradas cómplices entre los familiares resultaron el gesto de haber conseguido un triunfo.

Además, entre los puntos leídos, nombraron como víctimas a los papás de Blas, a su hermano, a sus abuelos y a los cuatro amigos que estaba con él en la fatídica noche. Laciar y su hijo lloraron abrazados, desconsoladamente y, al mismo tiempo, Mateo choco puño con su abogado. Desde atrás, algunos alzaron sus brazos como un grito de gol.

Como último punto, los jueces alentaron a capacitar a los policías para evitar otros Blas. “Con esto, el juicio llega a su fin”, cerró el dictamen y todos se hundieron en un abrazo contenedor y emotivo. La tan ansiada condena tardó, pero llegó.

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